«Mitología setembrina»: unos dioses de a peseta
Blanca Redondo (Universidad Complutense de Madrid)

Ramón Puiggarí, «Mitología setembrina», El Guirgay del 69 (7-08-1869), Biblioteca de Catalunya
A punto de cumplirse el primer aniversario de la Septembrina o Gloriosa, la revolución que expulsó a la reina Isabel II y la dinastía de los Borbones, el semanario satírico barcelonés El Guirigay del 69 culminaba su quinto número (7 de agosto de 1869) con una cuádruple caricatura titulada «Mitología setembrina». Realizada por Ramón Puiggarí, esta litografía en blanco y negro ocupa la totalidad de la última de las cuatro páginas que conforman la publicación. Durante el Sexenio llamado democrático o revolucionario (1868-1874), la prensa satírica de la Ciudad Condal utilizó este formato. Dado el éxito de las caricaturas entre el público, estas se imprimían en color si era posible y, además, podían pasar a ocupar las dos páginas centrales.
El olimpo de la Carrera de San Jerónimo
Francisco Serrano, Juan Bautista Topete, Nicolás Rivero y una personificación de la República con Emilio Castelar son los habitantes de este olimpo septembrino (o setembrino, según la grafía de la época). El primero figura en la caricatura como Júpiter Tunante, que no tonante. Y es que logró hacerse con la regencia del reino cuando el Gobierno provisional que se formó tras la Gloriosa revolución estableció la monarquía como forma del Estado. El dibujante no solo retrató al general Serrano con algunos de los atributos del dios grecorromano —el cetro, el águila y el fuego—, sino que pareció inspirarse en el lienzo de Ingres, Júpiter y Tetis, tal y como se deduce de su postura y su manto (y la manera en que asoma uno de sus pies) o la ubicación del ave. No obstante, a pesar del torso desnudo, esta divinidad decimonónica no se ha desprendido del cuello de camisa ni de su pajarita correspondiente. El cetro está rematado con una flor de lis, símbolo de la casa de los Borbones, con lo que El Guirigay del 69, de ideología republicana, evidenciaba a través de su caricaturista el engaño del nuevo Ejecutivo, que perpetuaba el sistema monárquico.
Topete, el almirante que inició la Revolución desde la bahía de Cádiz sublevando a la Marina, por su vínculo con la mar, es Neptuno. Más que surcar los mares, flota, montado a horcajadas sobre un tritón y sosteniendo un tridente. Estos dos elementos responden a la iconografía clásica. Su atuendo, sin embargo, es más heterodoxo. De mitad para abajo viste el traje regional gaditano, con pantalón y faja. La velluda mitad superior, desnuda y con tirantes, alude a los tres años en los que estuvo destinado en Cuba: luce un sombrero de guano y, lo más obvio, un humeante puro sale de su boca.
Es el turno de Nicolás Rivero, un Baco rubensiano en este olimpo decimonónico. Esta asociación tiene su razón de ser en la afición a la bebida que, al parecer, tenía el entonces presidente de las Cortes. Coronado con hojas de vid, Rivero está repantingado sobre un barril y deja a la vista su corpulencia mórbida, que tapa con un calzón también de hojas de parra. Tanto la cuba como la presencia de la hiedra y la copa de vino que sostiene son atributos báquicos. En la otra mano, sin embargo, sujeta un objeto ambiguo en tanto que parece una botella de vino y, a la vez, una campana, un símbolo usual en la caricatura de aquel entonces con el que se identificaba la Presidencia del Congreso.
El último personaje, la República personificada, es Venus en la lámina. Se apoya sobre ella Cupido, un niño calvo y bigotudo en el que se adivina a Emilio Castelar, el que sería el último presidente de la Primera República (1873). De nuevo, Puiggarí reflejó la iconografía habitual en una representación que, por el tratamiento de las figuras y sus posturas, da la sensación de estar tomada de alguna obra previa (o de varias). Pues bien, la diosa, joven y bella, está recostada desnuda sobre un lecho de nubes; su hijo, alado, carga con un carcaj y tiene los ojos vendados, lo que simboliza que el amor es ciego, aunque, en este caso, no lo sería tanto dado que el político gaditano solo habría de tener ojos para la república como forma de gobierno. Puede verse, además, una pareja de palomas blancas, igualmente asociadas a la diosa, con la peculiaridad de que están posadas sobre un triángulo masónico.
El divino lenguaje de la caricatura
Con estos personajes, el artista de El Guirigay del 69 —y de posteriores semanarios como La Carcajada o La Correspondencia del Diablo— estaba contribuyendo a consolidar el lenguaje caricatural que se mantendría durante el Sexenio. La nueva Constitución, promulgada en el mismo año de 1869 en que nos encontramos, recogía la libertad de imprenta, que favoreció un desarrollo de la caricatura política sin precedentes en el país tras años y años de censura. Así, y a grandes rasgos, no sería ni la primera ni la última vez que un dibujo satirizase la querencia por el poder de Serrano —sobre todo, en el período que duró su regencia o durante su posterior dictadura (1874)— mostrándolo, por ejemplo, como rey, como rajá, como león (el rey de la selva)… También solían recalcar su autoritarismo y virulencia, asociada a su condición castrense, tal y como da cuenta en la «Mitología setembrina» el fuego o, en otras caricaturas, armas como el sable o el látigo. De la misma manera, el mar era invocado en un gran número de las caricaturas de Topete, a quien se le vio caracterizado ya no solo como un marinero, sino hasta como pez, y la copa o la botella de vino eran complementos habituales de Rivero. En cuanto a Castelar, en los tiempos que precedieron a la República, podía vérsele en las caricaturas como representante humano del republicanismo (por encima de otros políticos de su misma corriente ideológica) e, incluso, dotado de una suerte de carácter salvífico. Por último, la personificación de la República no es, ni mucho menos, de acuñación nacional: llegó, en última instancia, a través de Francia1, con su ineludible gorro frigio y cargando con el triángulo masónico, presente en la lámina, que simboliza el triple lema revolucionario de libertad, igualdad y fraternidad2. Los caricaturistas del Sexenio, en consonancia con la forma gala, la solían vestir con túnica, como una matrona romana; si en la presente caricatura aparece desnuda es por adecuación a las representaciones de Venus. Además, en diversas ocasiones se utilizó la lozanía de esta personificación como contraposición a la Monarquía, que a menudo figuraba como una anciana de nariz y barbilla afiladas.
Ahora, nótese en el dibujo el contraste entre el rostro y el cuerpo de los políticos. Si nos abstraemos de los diversos tocados (y del puro de Topete), podemos observar que son retratos realistas, serios, que no presentan alteración, salvo una muy ligera sobredimensión craneal. Esto es porque uno de los procedimientos de deformación más habituales de la caricatura del Sexenio era el disfraz que, en ejemplos tan claros como el presente, se prestaba a ridiculizar aún más a los retratados a través del contraste entre la seriedad de la cara y lo fantasioso del cuerpo. La reiteración de este recurso queda demostrada por el abundante catálogo de atuendos que lucieron los prohombres del período y, además, está avalada por testigos documentales como el anuncio con el que comenzaba la presente entrega de El Guirigay del 69:
«EL GUIRIGAY, que aprecia en su justo valor la deferencia que el público le ha dispensado en todas partes, pone en conocimiento de sus benévolos lectores, que en los números sucesivos continuará ofreciéndoles la serie de retratos político-mitológico-caricaturesca que hoy empieza, alternada con cuadros de actualidad, hasta darles á conocer las principales celebridades de la situacion»3.
Es decir, consciente de que el público gustaba de esta clase de láminas, el semanario dirigido por Juan Justo Uguet premiaba la fidelidad de sus consumidores con más dibujos por el estilo. Es importante resaltar aquí la última frase de la promoción «hasta darles á conocer las principales celebridades de la situacion». Como decíamos, nos encontramos en un momento de eclosión de la caricatura en un tiempo en que no existían muchos más medios que la prensa para contemplar la fisionomía de los políticos4, de modo que tenían que ser presentados. Siempre es bueno recordar la afirmación de Antonio Laguna: «[…] el gobernante de turno fue dado a conocer por primera vez a una gran parte de la sociedad española a través de un lenguaje muy especial: el dibujo deforme»5.
Castigo de los dioses
Lamentablemente, y a pesar del anuncio, no hubo continuación para la «Mitología setembrina». Pensar que la lámina no tuviese el éxito esperado no parece plausible6, y menos porque se dio otra circunstancia: el semanario dejó de publicarse durante nueve meses. Tenemos la explicación de lo ocurrido en el número de vuelta:
«Mandados recojer [sic] y procesados por una de tantas disposiciones de las infinitísimas que tanto honran á los nunca bastante loados magnates de la Gloriosa, tuvimos que amainar velas y buscar un puerto de salvacion en un rincon del mundo donde se hicieran sentir con menos rigor los latigazos de la ley del sable»7.
En la caricatura del último número previo a la censura8, precisamente figuraba un sable con la palabra ‘ley’ grabada sobre su hoja. Bajo él descansan unas hojas de papel rajadas en las que se leen «soberanía nacional», «prensa libre», «moralidad»… y una adaptación de los versos de Góngora: «Aprended pueblos de mí / lo que va de ayer a hoy; / ayer maravilla fui, / y hoy sombra mia aun no soy». Se trata de una litografía a doble página; si el arma está en la parte inferior, en la superior seis de aquellos «magnates de la Gloriosa» alzan banderas que, en resumen, vienen a decir aquello de dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. ¿Sería la caricatura —y no un artículo— la que provocó la censura? La referencia a la ley del sable es bastante elocuente y, aunque no tiene por qué ser definitiva, tampoco sería de extrañar: la caricatura fue una causa de censura habitual. Sea como fuere, este suceso sirve para llamar la atención sobre el hecho de que la libertad de imprenta promulgada presentaba, efectivamente, desgarrones. También da cuenta del descontento con el nuevo Ejecutivo que, al igual que otras muchas publicaciones satíricas de la época, la mayoría republicanas, ponía de manifiesto El Guirigay del 69. Volvemos a la flor de lis que remata el cetro del Júpiter Tunante: este Gobierno no era, finalmente, tan nuevo. Es también ilustrativo de este malestar el siguiente fragmento extraído de La Flaca:
«Pues señor, confieso que no vivo nada á gusto dentro de la España con honra. […] ¡Cuando me acuerdo del alegron que tuve en setiembre á los cuatro compases del himno de Riego! Yo fui de los primeros que me eché a la calle decidido á pronunciarme contra aquello.
[…] ¡Cómo me divertí aquel dia! El primer día de libertad, el primer eclipse total de Borbones y de Meneses y de Tenorios y de Patrocinios y de qué sé yo cuántas plagas mas.
[…] Pero pasaron ¡ay! tan deliciosas horas; pasó la luna de miel de la revolucion y nuestros bravos guerreros presentaron la cuenta. España no tenia un cuarto; pero tenia palacios y carteras. Los palacios y las carteras fueron repartidos en el acto. Los tiranos hablan dejado tambien la mesa puesta con el resto del festín. Las frescas brisas de setiembre despertaban el apetito á los mas patriotas. ¿Qué hablan de hacer los llamados generales libertadores? Sentarse á la mesa y á falta de pan buenas son tortas»9.
Tras los pasos de Apeles

Tomás Padró, «Divinidades paganas dedicadas á los paganos», La Flaca (23-01-1873), Biblioteca de Catalunya
Más de dos años después de la publicación de la «Mitología setembrina», con la monarquía de Amadeo de Saboya ya agonizante, el dibujante Tomás Padró hizo su versión del dibujo de El Guirigay del 69 adecuándolo al formato del semanario en el que apareció, La Flaca10, esto es, a color y a doble página, de manera que pudo incluir a diez personajes distribuidos en dos filas. Se titula «Divinidades paganas dedicadas á los paganos»11. En el centro de la fila superior vuelve a haber un Júpiter Tunante, pero esta vez es Manuel Ruiz Zorrilla, el jefe del Gobierno entonces. Serrano, que ya no ostentaba ningún cargo político sino militar (había estallado la tercera guerra carlista en abril del año anterior), pasaba a representar a un Marte que aplasta al gallo republicano. No obstante, Topete y Rivero sí repiten papel: el primero como Nep-tuno y el segundo como un Baco muy similar al septembrino, que, esta vez sin duda, levanta la campana de presidente de las Cortes, eso sí, como si fuera una copa. No falta tampoco Cupido, interpretado ahora por el rey Amadeo, debido a su fama de mujeriego. Y así como Puiggaríparecía haber tomado nota de otras obras de arte para su olimpo, Padró hizo lo propio, pues fue un recurso usual en la caricatura del Sexenio para representar divinidades clásicas, entre otras cosas. De modo que encontramos parecidos más que razonables entre el Júpiter Tunante y el Zeus de Dresde12 o el Júpiter Verospi, entre el Nep-tuno y el Neptuno de Ventura Rodríguez o entre el Marte-Serrano y el Carlos V y el Furor de Leone y Pompeo Leoni.
Ídolos de barro
Con todo, y a sabiendas de que el disfraz es un exitoso procedimiento para caricaturizar, ¿qué puede tener de particular retratar a los políticos como dioses olímpicos? Existen algunas razones prácticas. Por ejemplo, que la mitología clásica ofrece un repertorio muy abundante de atuendos (disfraces) y de caracteres y debilidades13; o sea, las personalidades y los comportamientos tan marcados de las divinidades grecorromanas favorecen una identificación arquetípica con personalidades de la esfera política. Además, la enorme profusión de representaciones artísticas, con su iconografía correspondiente, facilita la labor de los caricaturistas, con lo que se comprenden los préstamos y las versiones. Y gracias también a las obras de arte, el público —el más instruido— tiene una imagen y un conocimiento previos de los personajes mitológicos, de manera que puede entender mejor estas caricaturas.
Cabe entonces preguntarse por qué hacer una crítica de los políticos presentándolos como dioses. Quizá la respuesta más obvia sea para exhibir su soberbia: son unos simples mortales que han erigido su olimpo ministerial mientras el país pasa hambre. «España no tenia un cuarto; pero tenia palacios y carteras», decía el artículo de La Flaca. Además, recordemos el título de la caricatura de Padró mencionada, «Divinidades paganas dedicadas á los paganos». Al añadir el adjetivo ‘paganos’, interpone distancia con los políticos, son unos dioses ajenos al pueblo. Dado el distanciamiento, lo que el público puede ver es un muestrario de los caracteres que representa cada personaje. El dibujo de Puiggarí resulta claro en este sentido: en el caso de Rivero como Baco, la clave es ver al presidente de las Cortes como a un borrachín, y Serrano, aparte de indicarse que es el jefe del olimpo-reino, es investido del autoritarismo de Júpiter. Algo parecido ocurre con la República, aunque la intención última es bien distinta porque encarna valores positivos como el amor o la belleza. Ahora bien, el hecho de que Topete sea Neptuno parece una manera de ubicarlo como almirante y, justamente, como antítesis del enérgico dios de los mares: ya se ha aludido a su actitud tranquila, subrayada por su singular atuendo.
A lo dicho hay que añadir que la ridiculización de estos hombres tiene lugar también gracias a otros factores, como el mero hecho de mostrarlos semidesnudos o el uso del epíteto ‘Tunante’ para el regente y, muy importante, gracias al contraste entre el disfraz y los elementos que no se adecúan a él y que confirman que se trata, en efecto, de un disfraz. Dicho de otra manera, el cuello de la camisa sobre el pecho desnudo del uno y el puro, el sombrero y los pantalones con sus tirantes del otro rompen con la caracterización divina. Como adelantábamos más arriba, este mecanismo caricatural de contraste se activa, asimismo, a través de las cabezas, y no se libra ni siquiera Castelar.
Por desgracia, Ramón Puiggarí no pudo continuar su serie y nunca sabremos quiénes habrían conformado el siguiente cuarteto ni cómo lo habría caracterizado. Aunque con esta muestra ya nos dio una idea cabal de la ralea del olimpo septembrino e inició esta modalidad de caricaturas divinas en el Sexenio.
«¡Palmas!; ¡laurel! ¡ciñamos su follaje!
¡Valor! ¡basta de duelo!
¡No más humillacion ni vasallaje!
¡La luz brilla en el cielo!
Rota mirad por siempre la cadena
que al hombre aherrojó esclavo:
la llama de este Sol que el éter llena
su hierro fundió bravo.
De ella al calor cayeron derritidos
los Dioses inmortales:
no quedan de esos ídolos vencidos
ni aun los pedestales»14.
Estos versos están extraídos de un poema publicado en La Correspondencia del Diablo cinco días después de la proclamación de la Primera República. Las esperanzas de cabeceras como El Guirigay del 69 parecían haberse cumplido. Pero la experiencia republicana no se desarrolló —ni pudo— como se esperaba, y al tunante que vino después, tampoco se le esperaba.
En Madrid, algún día de septiembre de 2024, 156 años después de la Setembrina [sic].
- Orobon, Marie-Angèle (2022): «Marianne en tránsito: la alegoría de la república en la caricatura del Sexenio Democrático», en Gonzalo Capellán de Miguel (ed.), Dibujar discursos, construir imaginarios: prensa y caricatura política en España (1836-1874), Cantabria: Editorial de la Universidad de Cantabria, pp. 287 y 288. ↩︎
- Orobon, Marie-Angèle (2005): «Marianne y España: la identidad nacional en la Primera República española», Historia y Política, n.º 13, p. 83. ↩︎
- El Guirigay del 69 (7-08-1869, p. 1). ↩︎
- Podemos mencionar algunos ejemplos, como la famosa fotografía del Gobierno provisional realizada por Jean Laurent, que se puso a la venta en varios formatos, o el libro Los diputados pintados por sus hechos (publicado por R. Labajos y Compañía), que incluía retratos en litografía. Este tipo de productos se exponía, para su promoción, en los escaparates de, sobre todo, librerías. A ellos se unen un soporte de enorme difusión, las etiquetas de las cajas de cerillas, que ofrecían multitud de temáticas, incluidas las efigies de personajes históricos y de políticos (también en caricatura). ↩︎
- Laguna Platero, Antonio (2003): «El poder de la imagen y la imagen del poder: la trascendencia de la prensa satírica en la comunicación social», IC: Revista Científica de Información y Comunicación, n.º 1, p. 117. ↩︎
- De hecho, tres meses después, y nada menos que en La Habana, el bilbaíno Landaluze realizó para el semanario El Moro Muza su propio olimpo caricatural del independentismo cubano, transformado en sistema planetario que gira en torno a la Junta de Nueva York [Landaluze, «Sistema planetario de la manigua», El Moro Muza (21-11-1869, pp. 4 y 5)]. ↩︎
- «Calamidades», El Guirigay del 70 (24-06-1870, p. 1). ↩︎
- [Sin título], El Guirigay del 69 (10-10-1869). ↩︎
- «Mons parturiens», La Flaca (21-08-1869, pp. 1 y 2). ↩︎
- Tomás Padró: «Divinidades paganas dedicadas á los paganos», La Flaca (23-01-1873). ↩︎
- Entendemos que los ‘paganos’ a los que está dedicada la lámina remiten, tal y como aparecía entonces el término en el Diccionario de la Lengua Castellana, a «el que paga o contribuye», o sea, al pueblo. Pues él era, por otra parte, quien disfrutaba con estas caricaturas. ↩︎
- Este Júpiter es una copia del desaparecido Zeus en Olimpia del escultor Fidias, una de las Siete Maravillas del Mundo, reproducido a su vez en grabados. ↩︎
- Honoré Daumier es un gran ejemplo para ilustrar el uso de la mitología grecorromana en la caricatura. El artista marsellés le dedicó tres series —Physionomies tragico-classiques (1841), Histoire ancienne (1841-1843) y Physionomies tragiques (1851)—, aunque en ellas reinterpretaba y parodiaba los episodios y personajes clásicos, no los identificaba con nombres concretos de la esfera política. Una década antes, J. J. Grandville había realizado un ejercicio similar en Galerie Mythologique (1830). Véase Puelles Romero, Luis (2014), Honoré Daumier: la risa republicana, Madrid, Abada, p. 192. ↩︎
- «Europa», La Correspondencia del Diablo (16-02-1873, p. 4). ↩︎
OpenEdition vous propose de citer ce billet de la manière suivante :
Blanca Redondo (4 septembre 2024). «Mitología setembrina»: unos dioses de a peseta. Atelier sur le satirique, la caricature et l’illustration graphique en Espagne. Consulté le 24 mai 2025 à l’adresse https://doi.org/10.58079/128wc